Analíticas y sobreinformadas
Ante la verborragia de los medios y las críticas al sistema educativo, ¿para qué sirve analizar discursos?
Estos últimos días me encontré en la situación de estar pensando para qué sirve el análisis del discurso en el contexto social actual de sobreinformación y verborragia. No me puse en tal situación motu proprio, no soy masoquista. Lo que pasó es que me contactó alguien que está estudiando un profesorado y tenía que hacer una tarea para la materia “Lectura y escritura académica”, en la que habían visto mi charla TEDx. Esta persona decidió hacer un podcast y sumarle, al final, una breve interacción conmigo, que por cuestiones epocales resultó en una lista de preguntas que respondí por audio de whatsapp. Lo hice con gusto, porque se trataba de alguien que se está formando para educar.
Digo que lo hice con gusto porque sabía que, a diferencia de otras ocasiones, no había del otro lado un periodista que solo quisiera saber qué está bien dicho y qué no, ni un equipo editorial que más tarde me tildara de feminazi. Esta vez, no tenía que exponerme públicamente ni trabajar gratis, cosa que he hecho más de lo quisiera, gracias a mi convicción social o política -o no sé qué-. En esta ocasión, se trataba de alguien que está en formación y que no quería lucrar con el contenido que yo le podía dar. Esta entrevista me proponía una conversación sencilla y amena, con preguntas sobre temas que me interesan mucho: educación, discurso, política. Quizás por esta simpleza es que le dediqué más pensamiento que a las entrevistas mediáticas, y me quedé pensando incluso después de responder.
Una de las preguntas comenzaba con la importancia que los discursos mediáticos le dan al tema de la educación y subrayaba la proliferación, en Argentina, de discursos políticos sobre la función docente y el lugar de las instituciones educativas en la sociedad. Entre los ejemplos, había varios titulares sobre el rechazo gubernamental al “adoctrinamiento” en las escuelas; pero también podríamos pensar en el bajo rendimiento de lxs estudiantes en las pruebas nacionales de lengua y matemática; en los deseos presidenciales de destruir el Estado y su implicancia para la educación pública; entre otros.

¿Qué rol crees que juegan los discursos y su análisis en todo esto? ¿Cómo podemos usar esta herramienta para navegar la marea de información que crece desde los medios de comunicación y las redes sociales?
Esta pregunta, que podría resumir en ¿para qué sirve el análisis del discurso?, me transportó a una época muy personal. Fue LA pregunta que me aquejó durante la segunda mitad de mi doctorado y la preparación de mi proyecto de posdoc. Si el análisis del discurso (AD) no sirve para nada, ¿vengo desde hace años dedicándome a algo totalmente fútil? Tanto me cautivó el interrogante que, para responderlo, decidí hacer la charla TEDx.
Más tarde un amigo me dijo que estaba en desacuerdo con la pregunta “para qué sirve”, que no le parece muy productiva y que, en algún punto, implica caer en una lógica consumista, anti-científica. Y tenía razón. Pero, a fin de cuentas, siempre viene alguien como esta estudiante de profesorado y te trae la pregunta. Por lo cual, evidentemente hay que pensar respuestas.
Un día, cuando recién empezaba mi posdoc, decidí revisar todo lo que me parecía criticable del análisis del discurso y pensar qué debería ser el AD para mí. Escribí sobre el tema en distintas ocasiones, pero la primera fue un paper que hice junto a un sociólogo, lo cual ya da cuenta de una preocupación personal: la interdisciplinariedad de hecho.
Enumero, entonces, las cuestiones que subrayé en esa ocasión:
El AD suele desestimar la capacidad de agencia del sujeto hablante: propone que, cuando hablamos, habla nuestra época y nuestra ideología, más que nosotrxs. Es decir, cuando creemos que estamos eligiendo qué decir, en realidad, solo repetimos aquello que ya es decible y escuchable en nuestra sociedad.
Esto fue criticado por varixs autorxs, cuyos trabajos revisé en el artículo, a lo que agregué una idea más: desestimar la agencia del sujeto y sobredimensionar del rol de le analista pueden llevar que la interpretación del discurso parezca universal y a que se desatiendan las condiciones específicas en que se produjeron ese discurso y ese análisis. En última instancia, se pierde de vista que también lx analista, en tanto sujeto hablante, produce conocimientos desde una posición definida cultural y personalmente. Ahora noto que este punto se relaciona con el post de la semana pasada.
El AD prioriza corpora (conjuntos de discursos que serán objeto de análisis) predominantemente de voces dominantes, como los discursos presidenciales. Pero, ¿qué pasa con las voces que no están en posición de poder?
La sobrevaloración de los discursos dominantes nos puede hacer perder de vista la dimensión local, cultural o personal de las problemáticas sociales abordadas en la investigación. A la vez, nos impide comprender cómo es que los discursos dialogan entre sí; por ejemplo, qué tensiones hay entre los enunciados de un líder político y los de aquellas personas a las que representa.
Los corpora en AD suelen ser homogéneos; por ejemplo, incluyen solo noticias o solo discursos de atril o solo tuits, etc., en vez de analizar la interrelación entre noticias, tuits y atriles.
Esto genera varias limitaciones. Particularmente, al desatender las interacciones (entre personas y entre discursos), terminamos reproduciendo la idea de que el poder se ubica en lugares fijos, en vez de negociarse y generarse en la relación entre distintxs actorxs y prácticas discursivas. Es decir, se cae en una contradicción: se concibe de manera estática un fenómeno que es dinámico.
Algunas corrientes deterministas del AD casi no problematizan las herramientas metodológicas. La consecuencia más grave es universalizar nociones fundamentales como “texto”, “poder” e “ideología”. El tratamiento aislado y estático de estas nociones ignora las especificidades de sus sentidos en investigaciones particulares que tienen conjuntos de datos y coyunturas históricas y culturales propias. Me refiero especialmente a enfoques producidos desde el Norte global y aplicados acríticamente a investigaciones de otras geografías.
A estas cuestiones, que están desarrolladas y dialogan con otrxs autorxs en el apartado Análisis del discurso: una revisión crítica del artículo,1 quiero sumar una que formuló Virginia Zavala en su reciente contribución al blog de Ediso, llamado En voz alta.
Zavala propone que los estudios sociales del lenguaje, como el AD y la sociolingüística, deberían hacer una autocrítica y ser conscientes de su rol en la reproducción de desigualdad social. La necesidad de integrar distintos paradigmas de investigación lingüística es el primer paso para ejercer una mirada crítica e interdisciplinaria que haga más robusto el campo de estudios y que le permita dialogar con distintos campos de las ciencias humanas.
Lo vemos otra vez: homogeneidad, monolenguaje, falta de autocrítica, olvido de la agencia.

A la persona del profesorado le respondí varias cosas sobre la potencialidad del AD como herramienta educativa y sobre por qué esta perspectiva interpretativa y crítica es particularmente importante en una sociedad verborrágica y repetitiva. Quiero traer acá solo una partecita de mi respuesta, que surge -lo noto hoy- de aquella revisión de mi propio marco teórico y de esos años de idas y vueltas sobre los postulados del AD y las prácticas investigativas:
Todos los discursos dicen algo más que lo que parecen decir. Por eso es importante fomentar una mirada analítica, en el sentido de ejercitar la lectura crítica en las escuelas. En los casos afortunados, lxs docentes de Lengua y Literatura se encargan de fomentar esta práctica. Pero yo creo que la lectura crítica no solo debe ser objetivo primordial de una materia, sino que tiene que ser transversal a la currícula escolar y que se puede practicar en todas las asignaturas. Porque no existe ningún texto que sea neutral, siempre hay ideología: en las consignas, en los manuales, en los videos que se ven en clase, etc. Me refiero a que siempre que ejercemos el habla o la escritura estamos atravesadas por las condiciones de producción. ¿Por qué? Porque somos parte de una sociedad, de un momento histórico, de un lugar geográfico, de un orden sexo genérico, y todo esto nos atraviesa, incluso sin que nos demos cuenta. Por esto último es que en el AD se dice que “somos habladas por el discurso”, que no somos tan voluntarias de lo que decimos.
Pero acá voy a permitirme ser un tanto optimista. A pesar de este postulado del AD, yo igual creo que sí hay lugar para la voluntad, para la acción deliberada, y que ahí hay algo que podemos hacer. Podemos leer críticamente la información y diversificar las fuentes y las voces a las que escuchamos. Y podemos analizar lo que leemos, pero también analizarnos a nosotras mismas, en la medida de lo posible -no a un nivel obsesivo, ¡por favor!-. Podemos leer críticamente nuestros propios discursos, nuestros propios sentidos comunes, nuestras propias ideas naturalizadas. Lo que en Filosofía llaman dudar es, para mí, posar la lupa, recalcular, enseñar la autocrítica y la mirada atenta. Activar. Sin repetir y sin soplar, con pensamiento propio y colectivo, siempre en diálogo, como estamos haciendo ahora.
Salerno, P. & Caneva, H. (2021): “Las tensiones entre lo individual y lo social: Un diálogo interdisciplinario entre la teoría social y los estudios del discurso”. Signo y seña, 39, 100-121.