El domingo fui a un museo futurista en un gran plan anti-frío de vacación alemana. Las exposiciones de Futurium proyectaban los próximos avances de la humanidad: genética, datos, medio ambiente, vehículos, nano objetos, migración. Todos los rubros esperables se desplegaban en infografías y juegos interactivos. Todos, menos el lenguaje.
La omnipresencia invisibiliza; por lo que es lógico que nadie haya notado la necesidad de incluir reflexiones lingüísticas en una exposición sobre los desafíos a los que se enfrenta el siglo XXI.
En la introducción del libro The future of Language (2023), Philip Seargeant define implícitamente el lenguaje como una herramienta de comunicación, que en principio sirve para expresar la realidad y para entenderse mutuamente. Comunicación y uso del lenguaje aparecen como sinónimos, y no hay ninguna idea que exceda esta mirada instrumental. Cuando empecé a leer me molestó esa mirada tan clásica, sobre todo porque venía de un lingüista profesional. La idea es simple: quiero comunicarte algo, te mando un mensaje, vos lo recibís correctamente, misión cumplida. Desde el famoso esquema de Roman Jakobson hasta el estructuralismo de Ferdinand De Saussure, esta postura fue criticada o por demasiado simplista o por demasiado abstracta. ¿Por qué? Porque los malentendidos, errores y ambivalencias existen, aunque queden por fuera de esas teorías; porque los mensajes no siempre llegan a nuestrx destinatarix ideal; porque lxs oyentes no son pasivxs, sino que escuchan activamente, como explicó Mijaíl Bajtín; entre otras razones.
Pero además las formas de usar el lenguaje exceden la intención de comunicarse. Por ejemplo, esta facultad de los seres humanos juega un rol central en la construcción de identidades, en el desarrollo de pensamiento crítico, en la creación de comunidades lingüísticas, en la discriminación, en los ejercicios de dominación y poder, en el trabajo de la memoria colectiva, y la lista sigue. En definitiva, hay prácticas discursivas concretas entre personas concretas en situaciones sociohistóricas y relaciones de poder específicas.
¿Qué llevó, entonces, a Philip Seargeant a asociar el futuro del lenguaje con una mirada tan instrumental? La última semana de 2023 leí una nota periodística que rankeaba las innovaciones estadounidenses del año en inteligencia artificial, y ahora pienso que ese texto puede contener una respuesta: las aplicaciones tecnológicas en materia lingüística se están orientando, al menos en esta etapa, a cuestiones eminentemente comunicativas. Si hay expertxs en la sala, por favor, confirmen o corrijan, les voy a agradecer.
Van dos de las innovaciones que más me gustaron y que me parecen un claro ejemplo de este centramiento en la comunicación:
Apple creó una función que se llama “Personal Voice” y que usa una tecnología de clonación de voz para crear una versión sintética de la voz de las personas. Fue pensada para usuarixs que corren el riesgo de perder la capacidad de hablar, por ejemplo, por una enfermedad degenerativa. La “Personal Voice”, que es más personalizada que personal, intenta suplir esa pérdida y hasta tiene su propio cortometraje publicitario, The Lost Voice (véanlo con cuidado, ya sabemos que de la bondad a la falsificación hay un solo paso).
Un equipo de investigación de la Universidad de Texas estuvo haciendo pruebas para lanzar un decodificador de lenguaje que pueda traducir los pensamientos en texto. El periodista Kevin Roose lo resume: “básicamente, leer las mentes de las personas”. El objetivo es ayudar a quienes no pueden comunicarse verbalmente. Se supone que el decodificador es “no invasivo” porque no requiere implantar un chip en el cerebro.
Estos avances me fascinan. Aun así, no puedo dejar de preguntarme qué palabras elegirá el decodificador para expresar los pensamientos que lea. De qué manera armará la sintaxis y qué sentidos sociales va a reproducir a la hora de optar por unas formas lingüísticas en lugar de otras. Nada de esto es neutral ni objetivo ni inocuo. Cuando el foco está en la comunicación, nunca se hace solamente comunicación.
Otra recomendación que recibí es el libro de Éric Sadin "La inteligencia artificial o el desafío del siglo".
No es de lingüística, sino de IA en general, pero nos messirve esta idea: de las tecnologías digitales "se espera que enuncien una verdad a partir de la interpretación automatizada de situaciones". Continuará...
Florentina, de Laia (laia.ar), me dijo que en la inteligencia artificial se están explorando otros usos con foco en el lenguaje, por ejemplo, la generación de agentes. Le pedí algo para leer, y me pasó esta nota: https://www.theverge.com/2023/11/6/23948957/openai-chatgpt-gpt-custom-developer-platform?trk=feed_main-feed-card_feed-article-content
Por lo que entiendo, se trata de una plataforma que permite hacer versiones personalizadas de chatGPT. Sin necesidad de saber programar, podés crear tu propia versión, llamada "GPT" o "agente", en función de necesidades específicas. Ejemplo: un GPT coach de escritura creativa.
Florentina aclara que, además de ese producto, hay muchas herramientas libres para crear agentes.