El 21 de febrero es el Día internacional de la lengua materna, una fecha cuyo nombre nos dice mucho del sentido común sobre las lenguas y sus hablantes.
Empecemos con algunas preguntas: ¿Por qué se le dice “materna” a la lengua que aprendemos en nuestros primeros años de vida? ¿Nos criamos con una sola lengua? Para los casos en que sí, ¿cuáles son las razones políticas de esa singularidad? Y si vamos más allá, ¿qué políticas lingüísticas guían las enseñanzas de lenguas y sus representaciones?
El sintagma “la lengua materna”, como tantas expresiones cristalizadas, transporta una idea socialmente aceptada: la figura estrella de la crianza es una madre, como si tal protagonismo se debiera a algo natural o deseable y no a las desigualdades de género. Pero además la frase habla de “la” lengua y no de “una” o “las”. Como pasa con los mandatos de feminidad, los mandatos lingüísticos nos intentan enseñar que lengua materna hay una sola.
Por lo pronto, si pensamos en la lengua de este post, no hace falta ser lingüista para saber que hay más de una variedad de español. Dos ejemplos recientes: el economista Nicolas Ajzenman le pidió al Chat GPT que le respondiera “en castellano argentino”; la influencer gastronómica Paulina Cocina contó que uno de sus libros fue traducido en España “en su idioma”, el español del país europeo.


Evidentemente, lengua no hay una sola. Y la diversidad no responde solamente a límites nacionales. En Argentina, sin ir más lejos, no solo hay más de cinco variedades del español, descritas por la lingüista Berta Vidal de Battini en 1964, sino que se hablan actualmente 24 lenguas indígenas: 15 vigentes y 9 en proceso de recuperación.

Hace poco compré el último libro de Brigitte Vasallo, titulado Tríptico del silencio. Como su nombre anticipa, la obra está compuesta por tres libros, aunque es menos obvio que en esos volúmenes conviven independiente y entrecruzadamente tres idiomas que se hablan en España. Había encargado el Tríptico… por mail en una librería española en Berlín, donde pasé fin de año y un poco más, y me habían prometido traerlo de España para que pudiera retirarlo cuando estuviera en la ciudad alemana.
Cuando fui a buscarlo, para mi sorpresa, la librera me había conseguido solo el volumen en español, no el Tríptico completo. Me da el paquete, lo reviso, “¿Y los otros dos?”, pregunto.
Librera: ¿Qué otros dos?
Yo: Los otros dos libros, ¿los tenés?
Librera: Este es el libro.
Yo: Claro, pero hay dos más. Son tres libros, en tres idiomas, un-
Librera: ¡¿Cómo que en tres idiomas, si la autora es española?!
Acá lo tenemos. La librera y “la lengua materna”.
Brigitte Vasallo expresa en el libro que sus lenguas maternas son tres, no una. En otro texto, la autora cuenta que pertenece a la primera generación alfabetizada de su familia, esa generación que puede leer de corrido una noticia periodística. Cuenta que hizo malabares con sus “lenguas de origen” para camuflarse en el acceso a los “espacios de la palabra” como resultado de una constante lucha de clase.
En el Tríptico del silencio, para hablarle a su gente, decide usar no solo la lengua prestigiosa -el español en su variedad madrileña-, sino también las lenguas de su comunidad. El volumen en español, por ejemplo, tiene fragmentos como el que cito abajo, que a mí, personalmente, me parten el corazón. El texto está en gallego, idioma que yo tampoco sé, pero prometo que se entiende si hay voluntad:
pero recordo unha historia: eu tería 20 anos ou así e veu un curmán e díxome -a miña avoa tivera un ictus e non se encontraba ben, perdera un montón de capacidades- e el preguntárame: a Herminda -chamábase Herminda- a Herminda, sigue contando contos? e eu díxenlle… a Herminda? claro eu recordo a miña avoa era unha muller silandeira e pouco agarimosa, que queríamonos moito, claro, pero non era moito de explicar nada, non? entón claro, eu decía, a Herminda contando contos? a Herminda non conta contos. e díxome: como que non? a Herminda sempre está contando contos! e dixen: non sei que me falas…
cheguei á casa e díxenlle a miña avoa, que tiña momentos de conexión, e díxenlle: avoa, dixéronme que contabas contos! eu non recordo que me contaras ningún conto, por que a min non me contabas contos?
e ela díxome:
porque eu en castelán non sei contar1
Mi librera ocasional desconocía la posición de Vasallo, quizás porque no googleó, pero sobre todo porque no estamos habituadxs a pensar las lenguas de manera realista, política, conflictiva. Como ella, vinculamos una lengua -en su variedad estándar- con el país de nacimiento: “¡La autora es española!”.
Ya sabiendo que mi misión de obtener los tres volúmenes fracasaba, le conté que las otras dos lenguas del Tríptico… eran el gallego y el catalán. Pagué mi librito, y cuando me iba del local la librera me dijo que iba a averiguar de qué se trata todo esto del tríptico. Pequeña gratificación.
Comparto, para terminar, la presentación del libro que logré comprar, “El exilio sin nombre”. Desde el comienzo, como verán, Vasallo deconstruye hermosamente el sintagma “la lengua materna” y nos invita a problematizar los efectos de las ideologías lingüísticas normalizadoras:
Mi lengua materna es la miseria, la diáspora, el desarraigo, el silencio. Hablo siempre de prestado, como escribo siempre de prestado, disimulando, haciendo ver como que no, como que sí.
Mi lengua materna, si acaso, es la lengua de una madre avergonzada de la suya por ser una lengua de pobres, la lengua torcida de una madre que quiere darme alguna cosa que me sirva para no ser como ella, para ser distinta, para ser mejor. Mi lengua materna es la de mi padre moliéndome a palos por hablar en una cosa que no alcanza a entender, el idioma del amo, que es también el del futuro, que es también el dejar atrás. Y mi lengua materna es aquella del colegio señalándome como carente, porque en tu casa no, porque en tu casa qué.
¿Qué es una lengua materna, contadme? ¿Es aquella que recibes o es aquella que transmites, es tu lengua de hija o es tu lengua de madre?
Me encantaría escribirle poemas a la lengua materna, erigirme en su defensa, dar mi sangre, mi cuerpo, mi tiempo, mi esfuerzo por proteger una lengua materna alegando que es la mía. Mi lengua. Me encantaría sacar pecho, alzar la voz, pero yo no tengo lengua materna, no tengo deje materno, no tengo acento materno. Yo tengo silencio. Y tengo vergüenza. Y tengo vacío.
Aquí, ahora, dejo de escoger. Mis lenguas maternas son todas estas a mi pesar o para alegría mía, todas estas que escribo mal, con faltas de ortografía, con poco vocabulario, todas mezcladas y todas fallidas. Pero hoy, aquí, dejo de escoger. Y dejo de mentir: una lengua no es solo una colección de sonidos; es también un imaginario, una interlocución. El Tríptico del silencio son tres libros parecidos pero distintos, en mis tres lenguas maternas, para tres comunidades lingüísticas, si es que eso existe. Cada uno de los tres está escrito, a su vez, mezclando los tres idiomas: porque eso somos nosotras, el no tener un idioma común, el ir haciendo como podemos. Y porque es necesario un esfuerzo para entender una historia que ha sido negada, afinar el oído, dejarse incomodar y entregarse un poco, también, a gramáticas imposibles.2
A vos, que estás leyendo: feliz día a tus lenguas.
Vasallo, Brigitte. 2023. Tríptico del silencio: el exilio sin nombre. Madrid: La oveja negra, pp. 81-83.
Ibíd., pp. 9, 10.
Muy profundo y emotivo