Hoy me quiero detener en una frase: la famosa “fingir demencia”, que desde 2022 se instaló en nuestras conversaciones y sigue ahí, intacta, a pesar de las polémicas. Si pasaste vergüenza, fingí demencia; si prometiste algo que no querés cumplir, no lo hagas!, fingí demencia; si tu país se va al tacho, a fingir demencia y seguir.
Dudé mucho si escribir este post porque pensaba que esta expresión ya estaba gastada. Pero hete aquí que ocurrieron dos cosas: 1. dos lectoris constantes de Palabras más me pidieron este tema, 2. la Reini, Sofi Gonet, lanzó su propio perfume, que se llama “Finjamos demencia”, ¿una señal?
A priori, pienso que el éxito de la frase responde, entre otras cosas, a su efecto tranquilizador y resolutivo. Fingir demencia se presenta como la clave para salir airosamente de cualquier situación y además es fácil de implementar: solo hay que esconder bajo la alfombra el problema o la persona que nos lo genera.
En una Argentina en crisis, esta solución tiene un sentido profundo, no solo porque nos permite atravesar el caos, como a la mamá de Mafalda que se ríe sin parar ante el aumento de precios en el supermercado. Sino también, porque el propio funcionariado público parece hacerse constantemente el distraído ante las maniobras políticas endebles o irrisorias, ante las promesas de campaña y ante las propias orientaciones ideológicas que cada vez parecen importar menos.

Pero hay algo más, volvamos a la Reini. Cualquiera que haya visto al menos un video de la tiktoker, notará que la elección del nombre “Finjamos demencia” para su perfume es coherente con los contenidos de sus videos y con la pertenencia de clase que caracteriza su ethos. La Reini se hizo famosa contando abiertamente cuánto dinero gasta un día en el hotel Four Seasons, mostrando desayunos-almuerzos en el Alvear Palace o comprando carteras en Zadig&Voltaire. Entre el consumo constante, los “planes de Reini”, la “irresponsabilidad financiera” y las “crisis de estilo”, van apareciendo anécdotas personales que siempre incluyen algún “fingí demencia”. Es que la vida atolondrada de Sofi suele llevarla a pasar situaciones embarazosas, ante lo cual decide hacer de cuenta que lo sucedido no sucedió.
Borrón y cuenta nueva, aquí no ha pasado nada, miramos para otro lado y chau pichu. Amo las frases hechas porque siempre dicen más de lo que parece y, sin embargo, gracias a la repetición se camuflan en el sentido común.

¿Por qué el mirar para otro lado se nos ofrece como solución? Por supuesto que el extremo opuesto, tomarse todo en serio, puede ser igual de perjudicial. Ese es uno de los problemas de la excesiva solemnidad que acompaña las políticas de control de la discursividad, un temazo para otro post.
Pero el hecho de que “fingir demencia” se haya convertido en latiguillo no hace más que ensalzar la actitud epocal que consiste en desentenderse de temas conflictivos. El ghosteo y clavar el visto son otras formas de lo mismo. La diferencia es que “fingir demencia” es gracioso; ahí, la otra causa de su éxito.
El chiste nos permite fingir, sobre todo, para nosotrxs mismxs, como si tal autoengaño -en psicoanálisis, negación- no tuviera repercusiones y no fuera a volver en forma de estrés, angustia, culpa, enfermedades, lo que sea. Pero el chiste es consensuado socialmente, y la falta de responsabilización por nuestros actos y sentimientos, también. Ya lo cantaba Thalía para justificar el descuido de un vínculo afectivo: “Pero no me acuerdo, no me acuerdo / y si no me acuerdo, no pasó”. Salvando las distancias: no por nada hay criminales que, de hecho, fingen demencia para ser inimputables.
Lo paradójico es que, después de fantasmear a un amigo, clavarle el visto a tu mamá y hacer de cuenta que no hay crisis política, lo que fingimos es coherencia. Actuamos como si estuviéramos diez puntos, con la neurosis justa y necesaria, sin mambos ni contradicciones.
Una amiga medio colgada suele confundirse y decir “sufrir demencia”, en vez de “fingir”. Lo lindo es que, en realidad, ella tiene razón, y lxs confundidxs somos nosotres. La demencia se sufre. Antes del auge de la corrección política, la gente decía “ay, tengo alzheimer jaja” cuando se olvidaba de alguna nimiedad. Esa expresión y la que ahora está de moda son algunas de las tantas maneras que tiene nuestra sociedad de estigmatizar la salud mental y reproducir el edadismo -aceptemos que la demencia afecta sobre todo a adultxs mayores-.
Mi amiga también tiene razón porque, al elegir el nuevo verbo, cuestiona la asociación entre la demencia y la acción deliberada. Fingir es algo que decidimos. Sufrir, en cambio, escapa a nuestro control. Si lo pensamos desde la lingüística sistémico-funcional, se trata de dos procesos de distinto tipo: mientras fingir requiere la acción de alguien, sufrir es un proceso mental que está vinculado con nuestras percepciones y sentimientos. Desde la teoría de Michael A.K. Halliday, entonces, la demencia es un fenómeno que afecta a la persona, no al revés.
En la tira de Quino, la mamá de Mafalda se ríe para no llorar. Esto es lo que lleva a la niña a atribuirle falta de salud mental, en contraste con su añorada “sana malasangre”. Pero hoy en día sufrir está mal visto, y si miramos a quienes sufren lo hacemos con más morbo que empatía. Paralelamente, nuestro propio malestar se transforma en humor canchero. Mientras fingimos coherencia, negamos que la demencia se sufre y que sufrir no es demencia.
Mi amiga, en definitiva, hace algo genial: al intervenir la frase hecha, está des-fijando su sentido. Y si hay algo más lindo que las frases hechas, son, en mi opinión, las frases deshechas.